martes, 18 de enero de 2011

CRÓNICA DE MI PRIMER CLÁSICO DE VÓLEY

Esta era la segunda vez que se enfrentaban, pero para el que escribe era su primera vez. Y la verdad, estaba ansioso para que llegase la hora del partido. Pero primero tenía que cumplir con mis obligaciones en la empresa donde laboro (todavía no lo hago en un medio de comunicación, aunque espero que este año por lo menos pueda realizar mis prácticas). Aún así, concentrarme en lo que tenía que hacer en mi “chamba” me resultaba complicado.


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El reloj marcó, por fin, las siete de la noche y era hora de partir al coliseo. Antes, revisé meticulosamente que tuviera unas cuantas hojas bond en blanco, un par de lapiceros, mi cámara de fotos (que para estos oficios me sirve de muy poco en realidad, por lo obsoleta que es) y claro, el dinero para pagar la entrada. Tomé el primer micro que se dirigía a la avenida Del Ejército y ya estábamos rumbo al Manuel Bonilla de Miraflores.

Esperaba ver más gente de lo acostumbrado, pero no me imaginaba encontrar, lo admito, una muchedumbre haciendo colas tan largas para ingresar al coliseo. Los revendedores estaban haciendo su “agosto”, y muy a mi pesar, tuve que “sacrificar” cinco soles más del presupuesto que tenía para pagar el acceso al recinto miraflorino. ¡Cómo detesto a los revendedores! Pero bueno ya está y ahora a entrar se ha dicho.

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Dudé por un instante si debería dirigirme a la tribuna o tener la osadía de ingresar al área reservada para los periodistas (claro, al hablar de área de prensa me estoy refiriendo no a un palco de reporteros, pero sí a estar en la cancha misma, detrás de la zona del campo de juego donde se ubican mis futuros colegas). Me decidí entonces por lo segundo. Total, ya debo actuar como un periodista ¿no? Pero al hacerlo, tuve mi primer obstáculo. Un grandulón me indicó que no podía ingresar, entonces le dije que conocía a Nano Gonzáles, jefe de prensa de la FPV, y que por favor lo llamase. Fue, habló con él y por fin me dieron la anuencia para entrar al Bonilla.

Una vez dentro, me impactó el ambiente instalado en las tribunas. Las graderías repletas, banderolas de ambas escuadras colgando de las barandas del coliseo, cánticos ensordecedores alusivos a esos equipos, insultos y amenazas entre las hinchadas rivales. Todo esto me hizo plantearme un par de preguntas sigilosas ¿Me habré equivocado de evento? ¿No me habré metido a un clásico de fútbol? Claro, son preguntas ridículas, pero soy honesto al decirles que se me cruzaron por la mente.



Acabado el partido preliminar, los clásicos rivales saltaron a la cancha. Las tribunas estallan, los papelitos picados empiezan a volar por el coliseo, las palmas de los asistentes alcanzan altos decibeles y las chicas saludan cada una a su hinchada. Como nunca, hay más periodistas y fotógrafos de lo acostumbrado para cubrir esta contienda (no es ninguna novedad ¿verdad?).

En el trámite del cotejo, yo andaba de aquí para allá. Me iba al lugar donde transmitía la gente de Radio Callao - agradezcan por el “cherry” – e intentaba saber la alineación de los equipos. De paso, escuchaba cómo se narra un encuentro de vóley. Luego, trataba de tomar algunas fotos con mi “sacrificada” cámara, cuyo zomm es más corto que las piernas de “Periquito” Chiroque. Al tener unas cuantas instantáneas – que a pesar de la limitación, creo, salieron mejor de lo pensado – me fui a la zona por donde había ingresado.

En el desarrollo del partido, la “U” se mostraba superior a su rival y lo demostraría a lo largo de todo el encuentro. Logró una merecida victoria por 3-0 y la fanaticada merengue desborda toda su felicidad. En el punto 25 del tercer y último set, yo ya estaba listo para unas cuantas fotos más a las protagonistas del cotejo (motivado por lo bien que salieron las fotografías anteriores). Entré al terreno de juego, tomé algunas imágenes a las chicas de la “U”, y cuando intento hacer lo mismo con las aliancistas me di cuenta que éstas ya estaban en los vestuarios.

Decidí esperar a que salieran, cuando se me ocurre  preguntar la hora  a una señora - no me gusta usar reloj – y ella me contesta: ¡No puede ser son las once y media! ¡Qué! dije yo. Entonces me di cuenta que esperar a que Aparicio termine el “café cargado” que le estaba dando a sus dirigidas iba a provocar que llegue de madrugada a mi casa. Y al otro día hay que trabajar ¿no? Ya se imaginan lo que decidí.

Rumbo a casa, apretado en el micro atestado de gente, viajaba con la ingente satisfacción de haber vivido mi primer clásico, de haber estado cerca de las protagonistas del partido, de haber palpitado el rugir de las hinchadas alentando a sus escuadras. Es algo extraordinario. Esta experiencia no ha hecho más que fortalecer mi decisión de seguir esta carrera, de desear estar en medio de este ambiente donde se combinan la pasión, el fanatismo, la entrega y la lucha entre los rivales. Allí quiero estar siempre. Y cuanto antes mejor.

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